En el lobby

Nada limita tanto el logro como el pensamiento pequeño; nada amplía tanto las posibilidades como una gran imaginación.

William Arthur Ward

Eran las 12:15 horas cuando llegué, se supone que debía decidir a dónde quería ir o qué hacer el día de hoy, ya que no tenía nada planeado, ni organizado. Resulta que me tomé un fin de semana de descanso, en otro país; como burguesa, y lo mejor es que todo resultó de forma que no me costó nada, prácticamente. No cualquiera goza de ésta maravilla, sin planearlo demasiado, estoy en otro país, en el lobby de un hotel súper fancy.

Detenida aquí, con un poco de sueño, y ese miedo que me paraliza de pronto (que muchos ya saben a qué atribuir); no decidí nada.

Me senté en un sofá que sentí sumamente cómodo, se hundía y ajustaba perfectamente a mi anatomía, con cojines gordos y esponjositos, casi sentí que me abrazaba.

Quiero contarles a los que no sepan, que le presto mucha atención a los espacios y lugares que me provocan ese confort. Regularmente en las reuniones o fiestas, siempre encuentro un sitio así; una silla, o un sofá cómodo, donde me acomodo, me recuesto, recargo mi cabeza, a veces subo mi pierna y la doblo debajo de la otra, o cruzo las piernas y me recargo por un costado con la cabeza en una esquina, casi como si me fuera a dormir, pero no. Y puedo seguir hablando, y pasar el tiempo que sea si encontré mi lugar. Muchos ya me han visto hacerlo, y lo recordarán al leerlo.

En fin, encontré ese loveseat. Estaba en una esquina de él. No tenía ninguna motivación, ni ganas, ni nada que me invitara a moverme, incluso pensaba: ¿A dónde debo ir? Estoy en otra ciudad, puedo hacer lo que quiera, ir a donde quiera. Pero me gusta aquí.

Yo sólo deseaba un café. Me sentía un poco adormilada todavía, quizá porque desperté temprano…

Por la mañana, salí a tomar mi desayuno al balcón de la habitación; pan integral, jamón selva negra, quesos, salami, y, una chocolatada.

Cuando salí al balcón la mañana estaba lluviosa, el cielo nublado. Desde ahí se veía la bahía al frente y los veleritos pasar. Una gaviota llegó al balcón a intimidarme por mi propia comida. Yo me distraía con la vista; ella aprovechaba para acercarse. Yo la veía, se alejaba, y todo se repetía hasta que me ganó. Le di unos pedazos de mi pan y después se fue.

Estaba frío, entré a la habitación por un suéter, salí y estaba otra gaviota. Deduje que era otra porque ésta se acercaba mas descaradamente, además la otra ya había comido. Ésta no me cayó bien, por eso no cedí y ella se cansó primero. Bromeando le mandé un mensaje de texto a mi mejor amiga diciéndole que el ave me amedrentaba. Me respondió: “Yo la envié para verificar que te portaras bien” luego entre sus bromas dijo: “Le avisé que ya se alejara porque nos descubriste” y curiosamente se fue. Fue gracioso; ridículo, pero gracioso, la verdad.

No sé ni por qué me distraje en ésto. ¡Ah! porque estaba adormilada, no era sólo por tener sueño, era también por las sensaciones que me provoca el día nublado.

Seguía en el loveseat, pensando que el día estaba para pasarlo relajado, y nada me obligaba a salir.

Fue como una hora allí. Se escuchaba el sonido de una fuente detrás mío. Había un olor a flores en todo el lobby, no sé de dónde salía ese ambientador, pero ¡qué buena elección!.

Pensaba ¿y si salgo sin rumbo fijo, me pierdo y luego no me puedo comunicar con las personas? ¿qué tal si las personas que encuentre no hablan mi idioma y yo me trabo con el suyo? ¡qué problema! ¡qué miedo!. Identifíquese aquí un indicio de un trastorno de ansiedad en el cuerpo de alguien.

Seguía deseando mi café, lo quería para despertar. Enviando mensajes con un amigo, él me preguntaba si seguía en el sillón. ¡Ya llevas no se cuántos minutos! ¿piensas seguir ahí? ¿no te has ido por tu café? Decía. Y creo que debió pensar: ¡qué ridiculez! Está en otro país, en una ciudad así, y ella perdiendo el tiempo en un sillón.

Yo realmente no lo sentía pérdida de tiempo. Lo estaba disfrutando tanto, mientras tomaba una decisión. De hecho, ahí me sentía segura. Estaba agarrando valor para ir a conseguir el café, y encontrar un buen lugar para escribir.

Uno de mis amigos ahí me recomendó salir a la terraza lounge del restaurante del hotel. Fui a ver qué tal. Salí a revisar varios asientos ya que por la ligera lluvia de la mañana algunos estaban húmedos.

Una mesa me gustó; de sillas altas, pero cómodas, con cojines agradables, en una esquina, lejos de las demás mesas, con un poco de sol y un poco de sombra. Me pareció el sitio perfecto.

Proseguí a buscar el café, lo conseguí sin problemas (finalmente sí me pude comunicar en su idioma) y desperté. Apenas arrancó mi día.

Estuve ahí sentada unas cuatro horas, ví que el sol salió, lo cual me agrada, porque el clima estaba frío, un poco húmedo, pero el sol equilibraba. Revisé pendientes en mi computadora, me puse a platicar con varios amigos por WhatsApp, les mostraba foto del lugar preciso, la vista que tenía hacia la bahía también desde ahí; fue lindo, me gustó la tarde.

Tenía intención de escribir, pero me entretuve con otras cosas y no surgió suficiente inspiración. Sin embargo ya estaba disfrutando el momento. Terminé mi café, comí un aperitivo ahí mismo, pagué la cuenta y decidí cruzar la calle.

Desde un rato antes observaba a las personas sentarse en unas bancas frente a mi por la orilla de la bahía. Unas pasaban haciendo ejercicio, paseando perros, paseando niños, otros se sentaban en esas bancas y pasaban ratos observando el agua y los veleros, supongo. Pensé, debe ser una sensación placentera. Quise probarlo.

Me senté en una banca. No tenía presiones de horarios, ni nada que ¨tener¨que hacer. Eso se siente bien; sólo estar ahí, observar, escuchar, pensar, imaginar. Me quedé con lo de imaginar.

Imaginar me estaba haciendo ruido. Imaginaba qué llevó a la señora como de unos ochenta años que se sentó a comer sola frente a mi. Por qué fue a comer precisamente ahí, pensé. Ella llevaba una tarjeta como de descuentos por la edad, o por algo, no alcanzaba a leer de qué era, pero eso parecía ser porque la mostró a la mesera. Bueno, además tenemos que imaginar, y suponer, jamás tendremos la certeza.

Imaginaba lo que llevaba al hotel, a un señor rubio, de barba, con un sombrero tipo texana negro, con botas y cinto pitiado, que pasó como por ahí de las 12:45 por el lobby cuando yo estaba en el sofá. ¿De dónde provenía? Destacaba entre esas personas con ese sombrero tan peculiar. Él pasó sin dudas, ni siquiera veía a nadie, con toda la seguridad y comodidad de su atuendo, acostumbrado a él, creo, porque no denotaba un gramo de inquietud.

Imaginaba lo que pensaban de mí los dos meseros que me estaban atendiendo en la mesa del lounge, a uno le hablaba en español y a otro en inglés. Quizá ellos también imaginaban algo sobre la chica que llevaba horas sentada en esa mesa, sola, con el cabello color zanahoria. Tal vez imaginaban de dónde era yo, o qué hacía para estar entretenida ahí tanto tiempo, o qué me llevó a ese lugar.

Volví al lobby porque mi celular se había descargado. Me senté en otro sillón para probar; un sillón individual, pero amplio. Por ahí de las doce que había estado acá mismo, estaba una chica, imaginé que asiática por sus rasgos, sentada aquí con las piernas cruzadas como suelo hacerlo yo; una sobre otra dobladas. Se veía cómoda, entretenida con su celular. No veía a nadie, ni a mi que me tenía enfrente.

Antes de ella, estuvo un señor como de cincuenta años, con cabello canoso. Tenía su café del lado derecho, y su laptop sobre las piernas, justo como yo ahora. Escribía, no se qué, imaginé que correos, porque parecía hombre de trabajo, ejecutivo, que estaba revisando pendientes en el lobby de un hotel, apresurado, de último momento.

Ahora yo, sentada aquí, porque el enchufe lo vi cerca. Mi celular estaba en emergencia de batería. Me encontré viendo de nuevo gente pasar.

Vi a una señora obesa llegar, gritaba preguntando quien sabe qué cosas, el personal del hotel la atendió. Imaginé la seguridad que debía tener la señora para usar ese tono de voz que parece que grita, y que logra que todos se acerquen inmediatamente a atenderla, ¡qué firmeza! ¿de dónde provendrá?

Luego unas asiáticas buscando enchufes para cargar su celular, como yo. Ellas parecían tener asuntos qué hacer y poco tiempo para cargarlo.

Pasaron como dos familias con collares de bolas grandes tipo esferas de colores, y flores, sombreros enormes de playa, sandalias y bebidas en la mano. Imagino que había algún evento, tipo kermesse, o tianguis, o desfile por aquí cerca, y por qué su necesidad de comprar todos esos chunches por estar ahí, ¿es por encajar en el ambiente? ¿o sólo por gastar? uno imagina y se pregunta cosas.

Personas salían, se iban, otras llegaban, pasaban con sus maletas, el personal atendiendo; que rara vez voltearon a verme, siempre ocupados atendiendo personas que los solicitaban, o el teléfono.

¿De dónde vendrá la chica blanca de pelo oscuro detrás del mostrador? ¿Tendrá hijos? ¿Estará feliz con su trabajo? ¿Qué hará con su tiempo libre?

Solemos ver pasar a la gente así en nuestra vida. Vemos personas, nos preguntamos cosas, damos por hecho otras, nos imaginamos en sus vidas, o viviendo las suyas si parece conveniente, imitamos conductas.

Otros ni siquiera ven a la gente pasar. No notan a nadie, no voltean, no perciben, no escuchan, no presta atención, no imaginan. ¿A cuántos se les va la vida así? Rápido y ensimismados.

¿Cuántos han estado en el lobby de un hotel y no notaron nada? ¿Cuántos están en el lobby de su vida, y no notan nada? Estas parado ahí, quizá, con todas las posibilidades; ¿Vas a subir? ¿Vas a salir? ¿Sabes a qué vienes? ¿Ya decidiste a dónde vas? ¿Qué ves? ¿Te quieres esperar un rato para decidirlo? ¿O vas a pasar de largo, sólo porque sí?.

Espero que más de una vez te encuentres en el lobby; lleno de posibilidades. Que te encuentres. Que huelas, que imagines, que veas, que sientas y decidas. Lo que quieras que decidas.

twitterinstagram

Facebooktwitterpinterestmail

8 comentarios

  1. Javo

    Me intriga tu imaginación y la manera de plasmar vidas ajenas sin conocerlos realmente, es interesante tu observación sobre la vida y con muchas personas pasan su vida ensimismadas y creo que todos hemos estado en una situacion así, me encantó el final donde abres una gama de posibilidades y nos hace pensar que no es una vida si no la vivimos porque hacer como que vives no es vivir, tenemos tantas posibilidades de vivir nuestra vida y no vale la pena estar solo haciendo como que vivimos, se escucha fácil porque si lo es pero muchas veces nosotros mismos somos los que la hacemos difícil de vivirla, por cierto: esos detalles de tu alrededor fueron geniales, dan más ganas de vivir esas cosas y de sentirlas, no solo observarlas.

    • Estrella GR

      Me encanta que hayas podido envolverte en los detalles. Creo que habemos muchos observadores, sólo que no todos lo escribimos y detallamos. Muchas gracias por leerme e involucrarte. Un abrazo grande.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba