No vi amanecer.

El cielo el 26.06.2018

Ya pasaba la media noche cuando recibí el mensaje de texto. Mentiría si dijera que quedé en shock. Yo sólo me asusté. No sabía qué pensar, ni qué sentir.

Abrí la puerta de mi casa. Apenas entré y me devolví. Salí de nuevo y cerré mi casa. Subí al carro. Arriba del coche, aún sin encenderlo llamé a mi mamá. Le avisé; como me lo pidieron.

Hija, me dijo. Tomó aire y continuó diciéndome:

No sé qué pudo pasar, no lo puedo creer.

Hizo de nuevo una pausa. Pienso que recordó cómo me ponía yo en esos tiempos con todos los asuntos emocionales y con el tema de la muerte. Y volvió a hablarme.

Solamente Dios sabe por qué hace las cosas. No podemos saber por lo que ella estaba pasando. Te pido que estés tranquila. Hablaré con tu tío. Yo sé que ella era muy cercana a ti últimamente. Intenta descansar, por favor.

Me despedí, y no dije mas. Yo seguía agitada, con miedo. Tenía tantas ganas de llorar, pero por algún motivo las lágrimas estaban atoradas.

Encendí el carro y conduje de vuelta a la casa de As. Durante el trayecto iba en silencio, intentando calmar mi respiración. Estaba muy asustada. Me dolía el cuerpo. Me dolía el corazón. Sentía el pecho oprimido, con una maraña de emociones que no lograba descifrar después del miedo.

No sentí el tiempo. De pronto ya estaba afuera de la casa. Pensé en cómo iba a entrar si un rato antes cuando salí de ahí mismo había dejado todo bien cerrado. Le llamé a As por celular, no atendió. Pensé que probablemente ya se había dormido. De todas formas me bajé del coche. Vi que la reja de las escaleras estaba abierta. Subí.

Al llegar a la puerta de entrada, estaba abierta. Pasé. Llegué a la recamara de As, su puerta tampoco tenía el seguro. Entré.

Me paré frente a su cama. Comencé a llorar. Mi voz salió muy apenas para decirle:

Se murió.

Se despertó completamente asustado, alterado. Se sentó en la cama, desorientado. Me vió y me dijo inmediatamente: ¿Qué? ¿Quién, cariño? ¿Quién? ¿Qué pasó?

Mi prima, Elisa. Se murió. Le dije. Y yo no podía soltar la otra palabra. No podía decirlo.

As miraba hacia la puerta que se encontraba detrás mío. Y me preguntó:

¿Quién viene contigo?

Esa pregunta que me hacen comunmente y a la cual ya me estoy acostumbrando.

Nadie, vengo sola. Le dije.

Juro que escuché que alguien entró contigo. Escuché mas ruido. Sentí que venías con alguien más. ¿Estas segura de que no entró alguien más después de ti? Y ¿Cómo entraste? Dijo.

Él seguía haciendo preguntas, dejé de escucharlo. Lo ví levantarse y salió a revisar y confirmar si lo que dije era cierto; si en verdad llegué sola.

Cerró todo nuevamente.

Yo estaba sentada en una esquina de la cama. Lloraba desconsolada.

Sentía dolor. Dolor físico. Dolor emocional. Sentía una tristeza profunda, miedo. Ni siquiera sabía bien dónde me encontraba. Las lágrimas no paraban, ni el dolor en mi pecho. Yo me apretaba las manos una con la otra, presionaba mis dedos.

Él se sentó al lado mío, me decía: Háblame, cuéntame qué pasó.

Yo no podía hablar, mi voz no salía. Sólo salían las lágrimas y sentía el dolor. No sé cuánto tiempo pasé así; sintiendo mi cuerpo. Sintiendo mi garganta. Sintiendo el dolor y las lágrimas correr y correr. Yo seguía deteniendo mis manos, inconscientemente; apretándolas, conteniéndolas.

A lo lejos escuchaba la voz de As… Cariño, por favor, respóndeme, dime algo. Estoy asustándome. Es demasiado para que sigas llorando de esa manera, no respiras bien. No sé qué te pasa. Ni sé qué hacer. Háblame por favor.

Se escuchaba como si me hablara en un sueño, muy lejos de mí. Porque en el lugar en el que yo me encontraba, estaba sola. Era sólo yo, y lo que sentía. Flotando.

Mi amor, dijo con la voz angustiada, y me movió de los brazos. Me tomó la cara, la sacudió un poco. Mírame, me dijo, ¡mírame a los ojos! ¿Qué hago? Dime, ¿me estás viendo? ¡Estoy asustado!.

Aquí estoy. No puedo parar de llorar. Déjame llorar. Le dije.

Cariño, yo sé que la querías, pero tu comportamiento me parece demasiado. Me estas asustando. Parece que no respiras bien. Si no comienzas a calmarte, voy a tener que darte algo para tranquilizarte. Dijo él.

Me fui de nuevo. A sentir el nudo de mi garganta. A escuchar en mi mente música instrumental. Escuchaba música de final. Sonidos de tristeza, de dolor. Mientras mis ojos seguían haciendo su trabajo, soltando ríos, sin ver, sólo limpiando lo que el cuerpo sentía.

Escuchaba voces al fondo, As hablando por celular con mi mamá. Después puso una pastilla en mi boca. Me recostó sobre su pecho, me abrazaba y sollozoba. Decía: Cariño, por favor, respira. No olvides respirar, tranquila. Estarás bien. Ya pasará.

Yo no sentía motivaciones de hablar ni de decir algo. sólo quería irme. Dormir. Dejar de sentir. Ya había soltado mis manos. Dejé de tener miedo. Sólo sentía dolor.

Sentía dolor y tenía escalofríos. La profunda tristeza me invadió por completo.

Y hablé…

Sé que no comprendes. Lo que siento no es la tristeza de haber perdido a mi prima. Suspiré. No es por mí, no es porque la extrañaré y no la veré más. Lo que siento no es por mí.

Siento lo que sintió una jóvencita. Lo que ella pasó en esos momentos, sola, en lo profundo de sí. Lo que le dolió a una niña y que la llevó a ser capaz de hacer lo que hizo.

Y no, no llegué sola.

Le dije, y luego dormí.

En memoria… 28.06.2018

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